lunes, noviembre 19, 2007

Jazz por escrito

Es posible tener la misma sensación de placer mientras se espera el 59 en Pellegrini y Córdoba que mientras se admira la arquitectura de Notre Dame desde un puente que cruza el Sena. Es realmente necesaria la brisa y el sol de (casi) primavera por un lado y una de esas ventiscas ribereñas que no llegan a levantarte un pelo pero que son lo suficientementa frescas como para tener que arroparse cuando una desubicada nube tapa el sol por el otro.
Cerrar los ojos y tener "esa sensación playera" es impagable. Poder cruzar la calle y tirarte a dormir una siesta en un banco de plaza "con la boca abierta al calor como lagarto" también (mientras Macri no ponga tickeadora). La inconsciencia auditiva y las bocinas y motores disipandose y convirtiendose en olas que se parten en mil espumas marcan el momento de mayor trance.
Lo que cambia, realmente, es la pasividad que generan fuentes y flores, adornando ciudades por doquier. Aires puros, aromas encantadores, pétalos que caen. Comparables con los parques pintados de "violetas" que hay en los buenos Aires, pero con mayor presencia.
¿En que estabamos? Ah, sí... ni una siesta en París, ni una siesta en Buenos Aires se asimilan con un sueño en cualquier playa que tenga olas, pieza fundamental y únicamente reemplazable por una caricia de una, al menos, amante.

La brisa repentina, el frio imprevisto del mar o una caricia inesperada te ponen la piel de gallina.