jueves, septiembre 16, 2010

Tomar Conciencia

Tengo la sensación de que el sol calienta el pasillo durante esta mañana de invierno. Entra por una ventana que, en verdad, todavía no existe pero favorece la perfección de la escena. Llevo puesta una campera roja y puedo asegurar que ese instante de calor me hace experimentar la realidad de otra manera. Es como si se estuviese prendiendo un nuevo motor. El de la conciencia. Empiezo a reconocer mis manos, el ambiente, el triciclo que estaba pedaleando hasta que la luz me encandiló y los movimientos intestinales de mi cuerpo. A partir de ahora sé que soy Yo y que dejé de ser Ello. Se que los mencionados movimientos son unas ganas muy importantes de hacer popó y que voy a usar la pelela sin ayuda por primera vez, y que la próxima vez que vaya a la pileta me voy a tirar sin manguitas y decirle al bañero que tengo ocho.

Este proceso dura solo una fracción de segundos y cualquier niño de dos años de edad (como yo), pese a verse magnánimamente sorprendido y al mismo tiempo inútil de entenderlo, necesitaría varios marzos de aprendizaje para ser capaz de describirlo.